La familia es fundamental. Ya
lo dijo Vito Corleone: “Un hombre que no vive para su familia, no puede ser
un hombre.” ¿Quién se atrevería a contradecir al grandioso Padrino, bajo el
riesgo de “recibir una oferta irrechazable”?. Los que han visto la
película -o mejor aún, leído el libro- me entenderán un poco mejor. Pues bien,
hoy no les hablaré de mafiosos italianos. Les hablaré de políticos. Al final, son
dos especies muy diferentes: Una de ellas busca hacer el bien a los demás.
He visto que para muchos políticos la familia también se
ha convertido en algo sumamente importante. Tanto que se esfuerzan por lograr
que su apellido perdure en el tiempo después de ellos, por medio de sus
cónyuges, hijos, sobrinos, cual, si de un feudo medieval se tratara, no
importando los medios para lograrlo. La dinastía política, le llamo yo.
Una dinastía, por
definición académica es aquella Familia en cuyos integrantes se mantiene a lo largo de generaciones una
misma profesión u ocupación, a menudo perpetuando la influencia política,
económica o cultural. Así lo dicta el diccionario de la Real Academia Española. El
concepto, nos lleva irremediablemente a recordar a los reyes de antaño. Pero
hoy, parece ser que es mejor, que todo quede en familia, mediante una herencia
política de sangre que se pretende legitimar con la manida frase de que es
el pueblo quien elige. Y claro, es el pueblo quien elige, pero es el
gobernante de turno, el que, mediante su influencia, su poder político actual,
sus contactos y porque no decirlo, su poderío económico, neutraliza, o por lo
menos, minimiza a sus competidores, comenzando con los de su propio partido,
induciendo y en ocasiones obligando e imponiendo a sus bases a que escojan como
candidato a aquel miembro de su familia designado para sucederle en el puesto,
cuando ya definitivamente él mismo no puede seguir.
Hay que confesar que este es un fenómeno
muy latino, pero Costa Rica no escapa de ello. Lamentablemente, en el partido
más antiguo de este país se manifiesta de forma marcada este fenómeno. He
utilizado el adjetivo “lamentable” de manera intencional. Desde la cúpula hasta
los puestos de poder más bajos -seamos claros, desde la presidencia y diputados,
hasta alcaldes, regidores y síndicos -existe la tentación de tratar de colocar
primero a los familiares o por lo menos de allanarles el camino para que sean
los siguientes, como si no existiera un gran número de excelentes líderes y
lideresas que vienen luchando desde jóvenes por lograr algún día acceder a un
puesto que les permita servir de forma sincera y honesta al pueblo.
Esas dinastías, o clanes familiares, lejos de hacerle un bien
a la patria y a su mismo partido, le hacen un gran daño, porque su actitud es francamente
molesta. En su gran mayoría las personas que sirven en un partido político como
activistas lo hacen de corazón, con sinceridad y lealtad y claro, también con
esperanza. Pero, la decepción es mayúscula cuando al llegar la próxima contienda
se dan cuenta que el padrino de turno ha decidido continuar con la tradición
familiar, en lugar de darle oportunidad a otros. Y luego la pregunta, ¿Por qué cada vez el partido pierde más votantes?
Ya las fichas comienzan a moverse para el próximo torneo
electoral, y aquí me permito de nuevo citar a Corleone: “Nunca digas lo que
piensas a alguien fuera de la familia.”
Al final no se quejen, émulos del Padrino.
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